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sábado, 25 de septiembre de 2010

Incertidumbre



Esta vez no tuvo que esperar, ella llegó puntual a la cita. Cierra la puerta y se sienta al borde del lecho mientras sus ojos se acostumbran a la tenue penumbra del cuarto. Si hubo un saludo no fue tan significativo como la emoción que ahora los envuelve mientras buscan las palabras adecuadas para hablarse en esa inverosímil circunstancia. No hubo un beso anticipado por la urgencia de pasar desapercibidos; pero ella está ahí mirándole y sonriendo feliz, es más de lo que él pudiera haber imaginado un mes atrás. Se sienta a su lado y le agradece su presencia tomando sus manos entre las suyas. La mira al rostro directamente y de sus labios surge una afirmación categórica de sus sentimientos, un “te extraño tanto…” que suena casi gutural,  un susurro que desgaja las paredes de sus labios como si fueran las laderas de una montaña precipitándose a un caudal  que las arrastra hasta las profundidades del océano. Su plática se torna más íntima, las anécdotas versan sobre aquellos momentos que compartían en la casa de él, en su departamento. Tocan los detalles de su tierno pero a la vez apasionado romance y en el éxtasis de sus recuerdos los sentidos van compenetrándose hasta encontrar un punto de equilibrio sobre el cual convergen sus deseos. Se besan, se acarician, se comen con los ojos, se acarician con sus labios y en las manos sus cuerpos empiezan el diálogo del amor. Ella lo interrumpe de vez en vez cuando el ímpetu de la necesidad rebasa la cordura. Las redondeces de su delicado cuerpo se vuelven el centro de atracción para las inquietas caricias cada vez más audaces, más atrevidas. Palpa  por entre los pliegues de su blusa una abertura  que lo lleve directo a los erguidos senos y obtiene  su anhelada recompensa. La suave piel sucumbe ante la presión de los deseos, luego, los dedos hurgan  y encallan en las cimas que  pronto se transforman en asustados pececillos que huyen y se esconden en la barrera coralina de la sensatez, pero que al fin, son espuma ante el ímpetu  vigoroso del amor. La débil resistencia de ella cede ante la perseverancia de él por ir más allá de lo hasta ahora permitido. La hermosa mujer  está entre sus brazos y atrapados entre los suyos, sus labios dejan escapar susurros y dulces palabras de amor. Cada instante que transcurre las manos se vuelven más osadas. Ella sobreponiéndose a su propia necesidad, detiene delicadamente las caricias, toma sus manos, las envuelve con las suyas. Él comprende, detiene sus premuras, la mira, contempla esa expresión tan linda en el rostro de ella.  La adora, la idolatra desde siempre, desde aquella vez que ella llegó fortuitamente una tarde a su casa. Él supo que esa mujer sería la dueña de su corazón cuando al mirarla su belleza lo hizo estremecerse hasta lo más profundo de su ser. Le recuerda que en aquella ocasión sólo la miraba sin entender lo que  le decía, estaba subyugado admirándola en ese instante que parecía irreal. La miró a su antojo, hasta que las palabras de ella lentamente lo fueron sacando de esa fascinación como el oleaje empuja a la playa los maderos perdidos en alta mar. Desde ese día su imagen se grabó en su corazón y el tono de su voz quedó registrado en su memoria como una extraordinaria melodía que deleitaba cada vez que el recuerdo la traía ante su presencia. Ella lo mira  fijamente, un esbozo de sonrisa  se quiebra en la comisura de sus labios. Parece querer penetrarlo con su mirada y escudriñar con sus pupilas lo que él guarda en su memoria  fotográfica. Lo ama, no hay duda, en ese momento sólo esa palabra prevalece en sus premuras. Con un leve toque de sus dedos en los labios lo calla delicada y tiernamente cuando él intenta hablar. Ella también se acuerda de ese instante, le dice que esa mirada también hizo mella en su corazón aunque no sabía exactamente por qué. Era muy pequeña para entender esa experiencia de hablar con un desconocido a quien de pronto le habría su corazón sin ningún reparo.
Un silencio se suspende entre la penumbra de la habitación, se escurre lento, roza la piel con sus intrépidos y a la vez delicados movimientos. Una a una las prendas caen por doquier y el momento sublime y largamente anhelado llega con la fuerza de un tornado arrasando sus sentidos. Un cuadro en la pared atestigua su reencuentro. Enamorados y llenos de dicha se deshacen como copos de nieve al calor de sus desnudos cuerpos. El amor no tiene edad, no tiene límites, ni cadenas ni candados, todo bulle espontáneo y cual yesca se consume en un fuego abrazador que  lo devora todo, hasta las palabras se consumen en un espasmo y luego otro.
 Recostados, continúan su viaje entre los pasajes secretos de una verdad contada a medias pero que cada uno va hilvanando para dar congruencia a sus recuerdos. Ella le dice que ahora no sabe qué hará, tiene la sensación de dejarse llevar por los sentimientos anteponiéndolos a su sensatez. Está comprometida, tiene una familia  aun cuando las cosas no marchan bien, le recuerda que también él está en la misma situación. Hay una breve pausa, un silencio que deja escuchar los latidos de sus corazones y la respiración aún agitada, poco a poco retorna a su ritmo normal. Luego, el silencio habla con su voz fría y tajante. Corta, hiere sobre heridas aún abiertas, hurga entre rescoldos removidos una y otra vez a fuerza de levantar aquel castillo hecho de sueños, hecho de instantes, de piezas sueltas, y recortes incompletos; más lleno de ausencias, más vacío de tiempo. Los dos se miran  fijamente, no se hablan  pero el lenguaje de sus ojos los transporta en esa dimensión donde lo único que existe en ese momento son ellos.
Tendidos en la cama, quietos, mirando en la misma dirección dejan correr el tiempo en un silencio que se hace cada vez más pesado, está cargado de preguntas, de dudas, de sensaciones encontradas que buscan una salida, una respuesta congruente; pero saben muy bien que no existe. Las manos de él buscan las suyas, las presiona levemente y deja que la tibieza de ese contacto recorra su cuerpo, la abraza luego y ella se acomoda entre su pecho, suspiran y se mantienen así por un tiempo indefinido, mientras el sueño, piadoso, trae un poco de paz a sus trémulos corazones.


Continúa



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