Ha llegado tarde a la cita. La mira desde lejos, está sentada en el mismo parque donde hace dos meses se vieron por primera vez, luego de una prolongada ausencia sin saber de ambos. En esa ocasión, tuvieron oportunidad de reencontrarse no sólo físicamente sino también en el plano sentimental y se dieron cuenta que el sentimiento siempre estuvo ahí, anidado en el fondo de sus corazones. Desciende del auto, son pasadas las 8:30 pm, sabe de su demora y se recrimina no haber entendido bien la indicación que ella le dio anticipadamente cuando hablaron por teléfono. El ruido del vehículo la hace voltear y lo reconoce inmediatamente, vuelve el rostro y lo espera. Con premura él se encamina hacia ella y mientras avanza observa su silueta recortada en la penumbra del parque que a esa hora luce desierto. Tiene puesto un vestido estampado en delicados tonos y unas zapatillas altas que dibujan el perfecto arco de sus diminutos y delicados pies. Sentada y con las piernas cruzadas parece una bella y delicada muñequita de porcelana. En su rostro se dibuja una sonrisa encantadora y sus ojos se entornan cuando sus miradas se cruzan. Se dan un saludo muy familiar pero ella inmediatamente y con un fingido tono de enojo le recrimina que lo ha esperado bastante rato. Le confiesa que sentada ahí sola sintió miedo e incertidumbre de no saber si llegaría a tiempo a esa cita. Él hace un esfuerzo para explicarle por qué llegó hasta esa hora y agrega que estuvo antes ahí esperándola desde mucho tiempo, que la llamó reiteradamente sin obtener respuesta hasta que desilusionado se retiró de ese lugar. Ambos sonríen sabiendo que quizás en ese momento se cruzaron y no coincidieron, pero todo ese tiempo perdido se antoja insignificante con la alegría de volverse a ver. Se dan un beso de saludo y ella le sugiere encaminarse a una parte más retirada del parque. Caminan uno al lado del otro; él le toma de la mano y ella se deja llevar por un momento. Él está feliz, en su memoria evoca las veces que soñaba con esos momentos de dicha cuando se imaginaba así, caminando a lado de ella llevándola de la mano como cualquier pareja de enamorados. Al fin están nuevamente solos, en la misma banca, con sus manos entrelazadas, acariciándose con cada acto, con cada palabra, con sus miradas. El amor brota como agua cristalina de una fuente inagotable, nace del fondo de sus corazones, ahí donde el tiempo destiló cada gota hasta volverla pura, fresca y transparente y que ahora por un poder divino, se escurre por sus cuerpos bautizando cada fibra de su ser en una comunión sagrada de sus almas. Y así, surge irremediable la confesión que cada uno desea escuchar del otro…”Te quiero”… “Te amo con todo mi ser”… Palabras que son música a los oídos de dos enamorados que se confiesan mutuamente lo que significa estar juntos de nuevo. El tiempo vuela a su alrededor, las ideas revolotean como mariposas en sus mentes y en una sublime metamorfosis transmutan sus colores en dulces sensaciones al contacto de sus labios. Son besos que quieren ser ligeros, tiernos y tenues, pero la ansiedad dicta otra cosa. Él no se conforma, la induce a besos más emotivos y ella no se resiste a la urgencia de recrear antiguas sensaciones. Se funden en un cálido abrazo, sus cuerpos tiemblan de emoción y permanecen callados por algunos momentos mientras se dejan llevar por esa hermosa fantasía hecha realidad. El beso se vuelve profundo y prolongado, hurga cada espacio dejando una estela de ardientes sensaciones mientras se adentra en las almas hasta fundirlas en una sola voz que reverbera en sus oídos con el encanto de una mutua promesa de amor.
Bastaron dos citas, dos miradas, dos suspiros para liberar una verdad perdida en un laberinto de dudas; dos eternos conocidos encendiendo la llama del amor que surge con el ímpetu y la fuerza de un volcán en erupción. Como la primera vez, se esfuerzan por decir en apretadas frases un cúmulo de ideas y sentimientos; se regalan piropos y encantadoras flores del jardín de sus recuerdos. Él le baja estrellas y adorna con ellas su blondo pelo; ella le corresponde con el dulce canto de una ninfa enamorada mientras sus manos tocan delirantes el corazón estremecido de su amado. Esa noche al fin se ilumina con el esplendor de una explosión multicolor del más puro amor; Una felicidad indescriptible llena cada fibra de su ser mientras se entregan y renacen entre risas y caricias, hasta que el silencio forzado por un beso hace una tregua que se esparce como el perfume de una rosa incitando a un profundo suspiro y un intercambio de miradas que culminan con el susurro de un “te amo”. Esa noche él despeja toda duda de lo que significa ese reencuentro. Se quieren, se quieren y se lo están demostrando sin que nada importe más que el amor que llena sus corazones. Esa noche, esa bendita noche escribe una página más del libro de sus vidas ahora unidas nuevamente. Es hermoso soñar y más aún vivir ese sueño en la realidad. Sin duda un poder divino superior a su entendimiento, en gesto de infinita bondad les regala una nueva oportunidad para reencontrarse y él sabe que es esa oportunidad la que secretamente anhelaba. Está con su eterno amor, con su único amor, el amor de su vida. La besa casi con idolatría, con miedo que de pronto despierte de un sueño y no sea verdad. Sonríe, ella está ahí, mirándolo, tiene sus manos entre las suyas y le devuelve la sonrisa. “Amor, tengo prisa, el tiempo se fue sin darnos cuenta, debo irme aunque no quiero todavía”. “Ven, abrázame nuevamente y dame un beso, muchos más” La toma delicadamente del talle y se entregan sin recelos ante la premura de una eminente despedida. Luego, se encaminan lentos, haciendo los últimos comentarios de esa mágica noche y bajan por unas escaleras del parque que los lleva hasta encontrarse con una avenida. La calle está apenas iluminada y algunos carros pasan. Ella le dice que se vistió así para él, le pregunta si le gustó verla sí y él le dice que luce radiante y agrega que siempre le gustó de cualquier forma que vistiera. Le comenta que con y sin maquillaje ella es encantadora. Un auto se detiene, la acompaña para abordarlo, se despiden y él cierra la portezuela cuando ella sube y se acomoda. El auto se pone en marcha mientras se miran por última vez sonrientes, con la felicidad pintada en sus rostros y con la promesa de un futuro reencuentro. Nuevamente solo y con la sonrisa pintada en su rostro se encamina despreocupado repasando cada detalle de ese encuentro mientras sus pasos se pierden en la penumbra de ese parque que ahora es tan significativo en su existencia.
Continua...
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