Mi sombra,
se apena tanto de mí
que huye cuando en la tarde
busco en el cenit algo que no existe.
A un kilómetro, quizá dos,
muy pocos para mis pies,
demasiado extensos para mis pasos,
duermes en las horas
que sueño junto a ti.
No estás donde a diario te visito,
no vislumbro en la penumbra
más nostalgia
que el deseo de encontrar lo que se fue.
Días de fiesta,
viernes recostado en tu pecho,
los labios en tu boca
y en mis ojos tus pestañas aún durmiendo.
He dejado que las cosas vayan donde quieran,
pocas, muy pocas quedan.
Dejé que la ausencia viajara en autobús,
que regresara a paso lento
luego de escudriñar
cada semana la ansiedad.
Se fue sin viajar,
viajó pero no se fue,
aquí está, intacta;
lo demás con los años
se han vuelto cicatrices,
heridas abiertas a la opresión.
No te hallo ni lo deseo,
duele esperar sin esperar
que nada pase,
que lo pasado no se repita.
La sombra de mi cuerpo
pisa mis pies,
huye de ti,
me lleva en sentido contrario
a donde no quiero ir.
No me voy
aún tengo fe que nada pase,
que pase todo;
que pase y no me vea,
que la vea aunque no pase.
A diario así,
ya no sueño,
no estoy triste,
se ha ido la tristeza,
sólo pienso en el tiempo que pasó,
el que llegará para quitarme
los únicos años que me quedan.
Ya no tengo más que dar,
no es justo.
Me ha dejado hasta el dolor,
ya nada duele.
En el pecho hay un abismo
que se traga la luz de todos los días;
también mi sombra se irá,
hará sus días más felices lejos de mí
cuando yo me canse de esperar
y me vaya junto con mis cosas,
con mis huesos,
a hacerle la vida imposible
a este yo que no me dejó vivir
más que dos años,
a menos de dos kilómetros,
a dos segundos
de la oscuridad completa;
porque fui feliz,
aunque no se crea
en esta brevedad de lo imposible.
se apena tanto de mí
que huye cuando en la tarde
busco en el cenit algo que no existe.
A un kilómetro, quizá dos,
muy pocos para mis pies,
demasiado extensos para mis pasos,
duermes en las horas
que sueño junto a ti.
No estás donde a diario te visito,
no vislumbro en la penumbra
más nostalgia
que el deseo de encontrar lo que se fue.
Días de fiesta,
viernes recostado en tu pecho,
los labios en tu boca
y en mis ojos tus pestañas aún durmiendo.
He dejado que las cosas vayan donde quieran,
pocas, muy pocas quedan.
Dejé que la ausencia viajara en autobús,
que regresara a paso lento
luego de escudriñar
cada semana la ansiedad.
Se fue sin viajar,
viajó pero no se fue,
aquí está, intacta;
lo demás con los años
se han vuelto cicatrices,
heridas abiertas a la opresión.
No te hallo ni lo deseo,
duele esperar sin esperar
que nada pase,
que lo pasado no se repita.
La sombra de mi cuerpo
pisa mis pies,
huye de ti,
me lleva en sentido contrario
a donde no quiero ir.
No me voy
aún tengo fe que nada pase,
que pase todo;
que pase y no me vea,
que la vea aunque no pase.
A diario así,
ya no sueño,
no estoy triste,
se ha ido la tristeza,
sólo pienso en el tiempo que pasó,
el que llegará para quitarme
los únicos años que me quedan.
Ya no tengo más que dar,
no es justo.
Me ha dejado hasta el dolor,
ya nada duele.
En el pecho hay un abismo
que se traga la luz de todos los días;
también mi sombra se irá,
hará sus días más felices lejos de mí
cuando yo me canse de esperar
y me vaya junto con mis cosas,
con mis huesos,
a hacerle la vida imposible
a este yo que no me dejó vivir
más que dos años,
a menos de dos kilómetros,
a dos segundos
de la oscuridad completa;
porque fui feliz,
aunque no se crea
en esta brevedad de lo imposible.
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