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lunes, 6 de septiembre de 2010

Ausencia II

No me olvido de las cosas
que han dejado con el tiempo
huellas;
aunque no estén,
ocupan un lugar.
He pensado en ti,
intensamente.
Rectifico,
tú no ocupas un lugar,
lo ocupas todo
y todo es tuyo.
En el atardecer
se respira una agridulce escena;
cuerpos escurriendo sudor y miel,
la perilla de la puerta
conserva frescos digitales
y el espejo cincelado tiene
el contorno alargado de tu ombligo.
Un retrato enmohece;
no hay arrugas en la imagen
que se inclina con el tiempo,
como buscando la esquina
en que doblaste la ceja
para no volver.
Si pediste perdón no fue a mí
aunque lo gritaste suficiente
para que te oyera toda la casa
y en los rincones vibra
tan fuerte como ayer
el timbre de tu voz.
No dices “amor”
confunden otros ruidos,
otras voces echándome la culpa
de infidelidades que no comprendo.
Y en esta fuga de intelecto
se me escapan no sólo tus manos
y tu cuerpo;
te me vas toda,
todas tus cosas,
huyes de mí y no puedo detenerte.
Te vas por tu propio pie,
cierras la puerta
y un abismo se abre
entre tú y yo.
Estoy atrapado entre los escombros
de mi propia verdad.
No estoy muerto,
pero siento que el corazón me explota,
se me sale;
me arrancas el alma,
como un árbol que el huracán desgaja,
te llevas mis venas;
mi voz va tras de ti.

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