escurriéndose entre sombras
con la piel húmeda de nervios,
frío el pecho.
Era tanta la necesidad de verte,
era tanta;
tesoros tus ojos,
irresistibles,
atrajeron la mirada
y el hechizo inefable su destino consumó.
¿Por qué un amor tan puro,
por qué un amor tan bueno
tendría la piel de un áspid,
obligado a la penumbra;
un demonio al acecho?
¿Quién lo condenó sin juzgarlo?
¿Quién lo desterró a rodar entre sombras,
a la esclavitud perpetua del silencio?
¿De qué se le acusa?
¿Por qué tanta crueldad en el veredicto?
Ese fue el pecado.
Robarle al cielo un divino ángel,
robarle al ángel un divino beso.
No era ese su destino,
nunca un amor tan grande
pagó tan caro su osadía.
Posar los ojos en un querube,
beber un poco de ese manantial
incontenible de su risa.
Por eso fue,
por extender las manos para acariciar la luna,
por romper en mil pedazos
el reflejo de la estrella en el estanque de la vida.
Fue el tiempo que le tocó vivir,
la distancia entre las fechas de nacimiento,
las arrugas en la piel;
la lozanía en contraparte.
Porque el miedo a la censura
fue más en la conciencia,
un mazo partiendo la montaña;
apenas un puño de carne trémula
ante su presencia…
Por eso fue…
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