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sábado, 4 de septiembre de 2010

Cómplices

Hablaré por ti
ante el Dios de todos los hombres,
mi voz proclamará todas tus virtudes
en un íntimo solaz de sincera devoción.
Dos iglesias no separan nuestros corazones,
cada uno en comunión con uno mismo
y con el otro,
bastiones de un abrazo
que deleita y que consume.
Los domingos, tú lo sabes,
imploramos redención de los pecados,
los lunes claudicamos
ante el dulce néctar de los labios.
Tú no estás los días martes, miércoles
ni jueves;
yo te espero hasta la tarde de los viernes,
y el sábado completo es nuestro idilio.
Los días que no estamos abrazados
esperamos;
construimos puentes
donde transitamos los recuerdos.
Jugamos a ser niños
trasgrediendo los valores
y luego acongojados
contemplamos nuestros rostros
y caemos en vértigo abandono.
Nos encanta ser felices
volando entre cielos de crepúsculos
y dudas,
haciéndonos promesas,
sellando compromisos.
Las flores del jardín están desnudas
y cubiertos corazones
de amorosos besos.
Nuestros ojos se han vuelto espejos
de risas y sonrojos
y tus labios palomas en los míos;
volamos.
A veces tengo miedo
que mis manos te lastimen;
pareces una gota de rocío
temblando en la punta de mi sueño.
Despierto,
ya no estás en este nido.
Busco tus caricias,
el calor con que cubres los desvíos.
Sonrío.
Mañana nos veremos, eso espero.
Dos iglesias, un solo Dios,
mi fe se resquebraja
pero no claudico.





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